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lunes, 4 de marzo de 2013

Pedro salinas y los valores humanos de la literatura hispánica


Según Salinas, el crítico hispánico tenía que dominar, en sí mismo y en su presentación de obras y autores de lengua castellana, el <<monstruo Narciso>> de la pasión nacional, <<que sólo se afana en buscar espejos en que adorarse, y echa mano de la literatura, porque todos le parecen pocos>>. En textos escolares como trabajos eruditos de otros países, manifiesta que el crítico de lengua castellana debía evitar el orgullo nacionalista, sobre todo al intentar la defensa de su literatura. La única acción defensiva eficaz es, según Salinas, la de hacer accesibles las obras maestras de la lengua castellana al público universal. De ahí que Salinas se esforzara tan apasionadamente en <<defender>> la literatura hispánica mediante la auténtica divulgación de sus perennes valores humanos. Esa operación divulgadora que, como decía acertadamente Matthew Arnold, caracteriza al gran humanista.

El afán divulgador de Salinas estaba además sustentado en su íntima necesidad de compartir con el prójimo si entusiasmo vital y su capacidad de admirar. El poeta español, al hablar de la literatura de España y de América de lengua castellana, tenía que <<segregar esa fuerza de generosidad vital que es la admiración>> (como él decía al referirse a Fray Luis de Granada). Salinas apuntaba a crítico literario y más aún al profesor de literatura su deber pedagógico: acostumbrar a admirar, a gozar realzando siempre lo más universal de una obra literaria. Para Salinas la explicación admirativa ha de elevarse siempre, para serlo siempre al más alto nivel, a la cima del espíritu humano: la lectura de un texto literario debe situarse siempre en <<la linea de elevación del acto trascendente>>. Trascendencia de la obra literaria hispánica que equivale también a acceso, a comunicabilidad.


En un escritor de la generación de 98, Azorín, manifestaba voluntad de transmisión de la literatura hispánica, visible en su serena prosa mediadora y , sobre todo, en su identificación emocional. Azorín sentía que su auténtica patria era más que su país, su literatura. En Salinas se daba igualmente esta conciencia patrimonial de la literatura, este sentimiento arraigo espiritual en solar literario en un más allá de la lengua castellana. Conciencia y sentimiento que no se oponían a su afán universalizado, sino que lo reforzaban: los valores humanos de la literatura de la lengua castellana quedaban así desvinculados del orgullo nacionalista y del localismo histórico. Salinas iba además a incorporarse a conjunto de discípulos de don Ramón Menéndez Pidal -el gran universitario de la generación del 98 que aspiraban a estudiar la literatura española con métodos modernos, con técnica especializada, y a difundir su conocimiento mediante trabajos y publicaciones de carácter científico.


Gracias a su amistad con el grupo de amigos del poeta y crítico literario Enrique Díez-Canedo, Salinas adquirió una experiencia indispensable para la interpretación de la literatura: la vivencia espontánea de las obras literarias del día, o del pasado, la manifestación apasionada y autónoma del gusto personal. La rehabilitación de la crítica literaria, que pedía Salinas en sus conferencias antillanas del año 1944 sólo podía realizarse en el ámbito de la universidad mediante la lectura de clásicos; para el poeta español eran, pues, inútiles todas las lamentaciones hispánicas sobre la ausencia o la superficialidad de la crítica literaria, e inútiles los esfuerzos de hacerlas surgir por medio de revistas más o menos agresivas. Sólo hay una solución al problema, muy clara y asequible: la renovación y el afianzamiento de la enseñanza universitaria de la literatura. Por eso, Salinas aspiró siempre a elaborar un nuevo tipo de crítica que combinaría la precisión informativa y el rigor universitario de Méndez Pidal y de su escuela filológica con la proyección trascendente de Unamuno y con la sensibilidad recreadora de Azorín.

Después de doctorarse en 1917 con la tesis citada, Salinas permaneció un año en París, preparándose para unas oposiciones a una cátedra de literatura española. En 1918, al ganarlas, optó por la Universidad de Sevilla, donde profesó activamente durante ocho años. Así recordaba en 1929 un gran poeta español, alumno universitario de Pedro Salinas, los efectos de la estancia del joven crítico en la capital andaluza: <<En el año 1918 marcha Salinas a Sevilla. Con él van una inteligencia y una sensibilidad universales en la época actual, realizándose en un espíritu de la más pura estirpe castellana. Se diría Boscán llegando entonces con aquel itálico modo, pero un Boscán que fuese un Garcilaso, con toda su aristocracia y cultura, gracia y pensamiento. Y su estancia en Sevilla es decisiva para la juventud sevillana que entonces comienza.>> (Luis Cernuda, Revista de Occidente, XXV). En sus años sevillanos, Salinas escribe su primer libro de poemas Presagios (1923) y publica sus primeros trabajos de interpretación literaria y un prólogo de su propia producción de Méndez Valdés (1925). En 1926 aparece también su versión en <<romance vulgar y lenguaje moderno>> el Poema de Mío Cid. En su breve prólogo, Salinas explica brevemente su propósito: el poema cidiano tiene, por encima de todos sus valores filológicos e históricos, <<un valor literario sustantivo y permanente>>. El lector corriente encuentra difícil la lectura del poema a pesar de las magníficas ediciones de Méndez Valdés, y es por eso que el poeta se atreve <<a ofrecer ahora esta versión popular en español moderno y en metro romance, con el propósito de acercar esta hermosa obra poética, noble, tranquila y sonriente a un crecido número de lectores>>.













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