Según Salinas, el crítico hispánico
tenía que dominar, en sí mismo y en su presentación de obras y
autores de lengua castellana, el <<monstruo Narciso>> de
la pasión nacional, <<que sólo se afana en buscar espejos en
que adorarse, y echa mano de la literatura, porque todos le parecen
pocos>>. En textos escolares como trabajos eruditos de otros
países, manifiesta que el crítico de lengua castellana debía
evitar el orgullo nacionalista, sobre todo al intentar la defensa de
su literatura. La única acción defensiva eficaz es, según Salinas,
la de hacer accesibles las obras maestras de la lengua castellana al
público universal. De ahí que Salinas se esforzara tan
apasionadamente en <<defender>> la literatura hispánica
mediante la auténtica divulgación de sus perennes valores humanos.
Esa operación divulgadora que, como decía acertadamente Matthew
Arnold, caracteriza al gran humanista.
El afán divulgador de Salinas estaba
además sustentado en su íntima necesidad de compartir con el
prójimo si entusiasmo vital y su capacidad de admirar. El poeta
español, al hablar de la literatura de España y de América de
lengua castellana, tenía que <<segregar esa fuerza de
generosidad vital que es la admiración>> (como él decía al
referirse a Fray Luis de Granada). Salinas apuntaba a crítico
literario y más aún al profesor de literatura su deber pedagógico:
acostumbrar a admirar, a gozar realzando siempre lo más universal de
una obra literaria. Para Salinas la explicación admirativa ha de
elevarse siempre, para serlo siempre al más alto nivel, a la cima
del espíritu humano: la lectura de un texto literario debe situarse
siempre en <<la linea de elevación del acto trascendente>>.
Trascendencia de la obra literaria hispánica que equivale también a
acceso, a comunicabilidad.
En un escritor de la generación de
98, Azorín, manifestaba voluntad de transmisión de la literatura
hispánica, visible en su serena prosa mediadora y , sobre todo, en
su identificación emocional. Azorín sentía que su auténtica
patria era más que su país, su literatura. En Salinas se daba
igualmente esta conciencia patrimonial de la literatura, este
sentimiento arraigo espiritual en solar literario en un más allá de
la lengua castellana. Conciencia y sentimiento que no se oponían a
su afán universalizado, sino que lo reforzaban: los valores humanos
de la literatura de la lengua castellana quedaban así desvinculados
del orgullo nacionalista y del localismo histórico. Salinas iba
además a incorporarse a conjunto de discípulos de don Ramón
Menéndez Pidal -el gran universitario de la generación del 98 que
aspiraban a estudiar la literatura española con métodos modernos,
con técnica especializada, y a difundir su conocimiento mediante
trabajos y publicaciones de carácter científico.
Gracias a su amistad con el grupo de
amigos del poeta y crítico literario Enrique Díez-Canedo, Salinas
adquirió una experiencia indispensable para la interpretación de la
literatura: la vivencia espontánea de las obras literarias del día,
o del pasado, la manifestación apasionada y autónoma del gusto
personal. La rehabilitación de la crítica literaria, que pedía
Salinas en sus conferencias antillanas del año 1944 sólo podía
realizarse en el ámbito de la universidad mediante la lectura de
clásicos; para el poeta español eran, pues, inútiles todas las
lamentaciones hispánicas sobre la ausencia o la superficialidad de
la crítica literaria, e inútiles los esfuerzos de hacerlas surgir
por medio de revistas más o menos agresivas. Sólo hay una solución
al problema, muy clara y asequible: la renovación y el afianzamiento
de la enseñanza universitaria de la literatura. Por eso, Salinas
aspiró siempre a elaborar un nuevo tipo de crítica que combinaría
la precisión informativa y el rigor universitario de Méndez Pidal
y de su escuela filológica con la proyección trascendente de
Unamuno y con la sensibilidad recreadora de Azorín.
Después de doctorarse en 1917 con la
tesis citada, Salinas permaneció un año en París, preparándose
para unas oposiciones a una cátedra de literatura española. En
1918, al ganarlas, optó por la Universidad de Sevilla, donde profesó
activamente durante ocho años. Así recordaba en 1929 un gran poeta
español, alumno universitario de Pedro Salinas, los efectos de la
estancia del joven crítico en la capital andaluza: <<En el año
1918 marcha Salinas a Sevilla. Con él van una inteligencia y una
sensibilidad universales en la época actual, realizándose en un
espíritu de la más pura estirpe castellana. Se diría Boscán
llegando entonces con aquel itálico modo, pero un Boscán que fuese
un Garcilaso, con toda su aristocracia y cultura, gracia y
pensamiento. Y su estancia en Sevilla es decisiva para la juventud
sevillana que entonces comienza.>> (Luis Cernuda, Revista
de Occidente, XXV). En sus años
sevillanos, Salinas escribe su primer libro de poemas Presagios
(1923) y publica sus primeros trabajos de interpretación literaria y
un prólogo de su propia producción de Méndez Valdés (1925). En
1926 aparece también su versión en <<romance vulgar y
lenguaje moderno>> el Poema de Mío Cid.
En su breve prólogo, Salinas explica brevemente su propósito: el
poema cidiano tiene, por encima de todos sus valores filológicos e
históricos, <<un valor literario sustantivo y permanente>>.
El lector corriente encuentra difícil la lectura del poema a pesar
de las magníficas ediciones de Méndez Valdés, y es por eso que el
poeta se atreve <<a ofrecer ahora esta versión popular en
español moderno y en metro romance, con el propósito de acercar
esta hermosa obra poética, noble, tranquila y sonriente a un crecido
número de lectores>>.
P edro salinas from Lorenzo111
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